Desde
hace ya algunos años el concepto “educación emocional” cada vez resuena con
mayor fuerza en nuestro país.
Son muchos los profesionales que trabajamos con
la infancia y que, conociendo las teorías de expertos en el tema como pueden
ser Daniel Goleman o Begoña Ibarrola, comprendemos la necesidad de desarrollar
habilidades sociales y emocionales en edades tempranas para contribuir al
desarrollo integral de los niños. Esto es porque en los últimos años numerosas
investigaciones han demostrado que el desarrollo de la inteligencia emocional
en los niños influye positivamente en su salud y en el crecimiento de sus
habilidades cognitivas, al mismo tiempo que el estrés perjudica la adquisición
y expresión de las habilidades sociales y emocionales, algo que también influye
en la capacidad de adaptabilidad de los niños, una habilidad innata que nos
permite autocorregirnos y prosperar ante los desafíos.
Sin
embargo, los educadores, psicólogos, pedagogos y demás personas que centramos
nuestra actividad laboral en el ámbito educativo y terapéutico somos
colaboradores y ayudamos a educar a quienes son las principales figuras
de referencia de los niños, es decir, los padres, quienes en muchas casos desconocen el concepto “educación emocional” y su importancia en
la fomentación del bienestar en la infancia y una salud mental, afectiva y
social sana.
Lo
primero que debemos saber para entender en qué consiste la educación emocional
y porqué es importante es el concepto de “emoción”. Ésta, conceptualmente, es
una reacción que influye positiva o negativamente en nuestro estado de
ánimo y que surge como
consecuencia de una situación externa a nosotros, aunque también puede ser
provocada por nuestras propias sensaciones internas. Al mismo tiempo, es el
motor que empuja a las personas a aprender y a tener nuevas experiencias con
nuestro entorno y de todo tipo: sociales, culturales, de relajación, etcétera.
Las personas somos seres relacionales y emocionales, ya que continuamente
experimentamos todo tipo de emociones y establecemos y mantenemos relaciones
afectivas con las personas de nuestro entorno. Pero para poder manejar estas
relaciones de una forma adecuada, debemos aprender a entender, nombrar y
expresar nuestros sentimientos, así como una serie de habilidades sociales y comunicativas
necesarias para saber conducirnos en la vida. Algunas de ellas pueden ser:
- Defender nuestra opinión, nuestros
derechos y poner límites en cuanto a las demás personas, es decir, saber decir
NO cuando nos “coaccionan” a hacer algo o cuando recibimos un discurso o una
acción hiriente hacia nuestra persona.
- Sonreír, saludar, presentarse.
- Ayudar, cooperar y compartir.
- Unirse a un juego.
- Expresar y recibir emociones
Pero,
¿cuándo adquirimos las habilidades básicas para poder establecer relaciones
sociales y manejar las emociones que se derivan de la socialización y de una
adecuada relación con el entorno? La respuesta es en la infancia. Durante esta
etapa los niños, motivados por el vínculo con sus padres, las distintas
experiencias lúdicas y de aprendizaje, así como por el proceso de socialización
con su entorno y la interiorización de normas y valores, comienzan a
experimentar emociones, a sufrir frustraciones, miedos e inseguridades y a
construir sus primeras relaciones entre iguales y con adultos. Por tanto,
nuestra labor imprescindible como padres, maestros, pedagogos, etcétera, debe
consistir, entre otras cosas, en enseñarles a nombrar y a expresar sin miedo y
de manera adecuada los sentimientos que se generan en su interior, ya sean
“negativas” o “positivas” puesto que son igual de válidos, y a relacionarnos
con ellos de forma afectuosa, respetuosa y asertiva, de manera que se sientan
seguros, confiados y protegidos, y en el futuro construyan relaciones de la
misma manera y sean capaces de resolver
forma sana conflictos internos y externos. Recordad que los niños aprenden con
el EJEMPLO.
De
esta forma la educación emocional busca y pretende realizar un proceso
educativo en los niños y niñas mediante el cual desarrollen su “coeficiente
emocional”, como bien dice Daniel Goleman, o inteligencia emocional y con el
que adquieran una serie de habilidades que les ayuden a potenciar su desarrollo
cognitivo y su bienestar. Son varios los libros que describen estas competencias,
pero a mi parecer que las descritas por la organización llamada Colaborative
for Academic, Social, and Emotional Learning que centra su labor en el uso del
aprendizaje social y emocional como parte de la educación, son muy completas:
- Autoconciencia y Autogestión: la primera consiste básicamente en saber
identificar las emociones, las sensaciones de nuestro cuerpo y mente, los
deseos personales y las “fortalezas” de cada uno. En cambio la autogestión se
refiere a ser capaces de gestionar y dominar todo lo que percibimos y
experimentamos, de tal manera que no nos impida realizar las distintas tareas
que llevamos a cabo. El saber establecer objetivos a corto y largo plazo y el
desarrollo de nuestra adaptabilidad, es decir, ser capaces de enfrentarnos a
los desafíos que puedan aparecer en nuestras vidas.
- Autoconciencia social: poder
identificar y comprender los sentimientos y puntos de vista de las personas que
forman parte de nuestro medio. Ser empáticos y saber adoptar las percepciones
de otros.
- Toma de decisiones responsable: las personas formamos parte de un
sistema, de una familia por lo que es necesario saber evaluar un problema y las
consecuencias para uno mismo y para los demás, de tal manera que podamos tomar
decisiones y generar soluciones positivas.
- Habilidades interpersonales: el saber establecer límites en cuanto a
los comportamientos de las personas hacia nosotros y el trabajar en la solución
de los conflictos es algo
necesario para poder mantener relaciones sanas y equilibradas con los miembros de nuestro entorno.
Marta Lázare.
Aquí tenéis un enlace a un interesante programa del programa Redes de la 2 sobre educación emocional.