Son muchas las ocasiones en las
que podemos encontrarnos frente a una persona muy enfadada que, debido al cúmulo de emociones y
sensaciones que está viviendo en ese momento,
es incapaz de tranquilizarse por sí misma y solo tiene capacidad para increparnos
a nosotros o al objeto de su enfado, y nosotros nos sabemos perdidos ante
“semejante despliegue emocional”, quizás porque lo vemos como un ataque más que
como una oportunidad para dialogar y resolver un problema. ¿Cuál es entonces la
solución? ¿Cómo deberíamos actuar si nos encontramos en una situación
semejante? La respuesta es la compatía.
La compatía es un término nuevo acuñado por Al Siebert, uno de los
grandes educadores que han escrito a cerca de la capacidad de superación que
tenemos los seres humanos, es decir, la resiliencia.
Este concepto es el resultado de la unión de los términos compasión, sentimiento de tristeza al ver el sufrimiento de otra
persona que nos impulsa a querer e intentar socorrerla, y empatía, habilidad para reconocer y sentir como propios los
sentimientos ajenos a nosotros. Su objetivo por tanto no es otro que la
resolución de conflictos mediante la dotación de la habilidad para comprender
los sentimientos heridos de la persona y saber qué decir para calmar la situación
y que, en vez de reproches y gritos, se llegue a un punto en el que el diálogo
y la calma sean los protagonistas.
Algunas de las frases que solemos
decir en momentos como estos son: “relájate”, “no te pongas nervioso”,
“enfadándote no consigues nada”, “tranquilo” y como estas otras expresiones
que, aunque su objetivo sea intentar tranquilizar a la persona, no consiguen
otra cosa que ponerles más nerviosos ya que estamos negando e intentando
reprimir su enfado, una emoción natural del ser humano, e impidiendo la
creación del diálogo, elemento esencial en la resolución de conflictos. ¿Qué
recursos conforman, por tanto, la compatía?, ¿Cuáles son los pasos a seguir?:
- Preguntar a la persona enfada qué es lo que les molesta, de esta forma abrimos un canal para el diálogo.
- Escuchar activamente la respuesta a nuestra pregunta, para establecer un debate con la persona y que sea capaz de darse cuenta cuál ha sido el problema.
- Una vez establecido el dilema, es importante que nosotros realicemos a la persona con que estamos tratando una serie de cuestiones concisas para clarificar lo que se nos ha trasmitido, ya que puede ocurrir que debido al estado de ánimo la persona no sea capaz de hacer un discurso coherente y ordenado. Estas preguntas deben abiertas, para que se mantenga el debate y demos opciones de resolución.
- Es imprescindible que valoremos y seamos empáticos con los sentimientos que están depositando en nosotros. En este punto es importante diferenciar entre simpatía y empatía, la cual nos va a llevar a la resolución del conflicto. La simpatía es una inclinación afectiva hacia las personas que parte desde el plano intelectual y que aunque nos permite distinguir la emoción que está sintiendo la persona, no se es capaz de llevar a cabo un escucha activa que nos permita comprender su esta de ánimo, por lo que se tiende a desvalorizar el estado de ánimo aunque se quiera buscar un “intento” de solución mediante un consejo. La empatía, en cambio, es la identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimos de otra persona. Parte de la total comprensión e identificación de las emociones y nos permite conectar con el corazón de las otras personas.
- El reconocer e indagar en los sentimientos, sobre todo en aquellos que podríamos llamar negativos, lo que no significa que sean malos y que haya que esconderlos pues tienen su función adaptativa, nuca es sencillo por lo que debemos agradecer la valentía de las personas que deciden hacerlo.
- Finalmente, preguntar a las personas qué es lo que quieren y transformar juntos ese deseo en posibles soluciones es el último paso. Esto permite que la persona verbalice un objetivo y lo comparta con nosotros, lo que ayudará en que juntos se llegue a un consenso beneficioso para nosotros, pero sobre todo para ello